Casi todo el mundo tiene algún tipo de contrato de seguro y si tú no tienes ninguno, deberías tenerlo. Por simplificar, un seguro es un contrato en el que el asegurador se obliga a indemnizar al tomador en caso de que se produzca un siniestro o una determinada circunstancia.  Pueden ser de auto, de hogar, de vida, de mascotas, de salud, de un teléfono móvil, de viajes…prácticamente todo se puede asegurar.

 Los antiguos griegos fueron pioneros en muchos ámbitos, también en los seguros y en su contraparte más oscura, en el fraude. Nos tenemos que remontar al S.IV antes de Cristo para conocer a un  mercader de Masalia, la actual Marsella, que en aquel momento era un puerto griego de referencia en Europa occidental. Este mercader no era otro que Protus que había comprado una gran cantidad de cereal con el dinero de un prestamista llamado Demon. Protus tenía que llevar su carga a Atenas, y para ello contactó con un marino mercante llamado Hegestrato, que junto a su amigo Zenotemis se encargarían de pilotar el barco con el cargamento. Protus no debía ser un pequeño comerciante, porque éstos desempeñaban su profesión en el ágora o cerca de ella, sino un comerciante de cierto nivel que hacía  sus negocios en los “emporiones”, emplazamientos griegos ubicados en lugares donde el comercio era una actividad económica habitual, como el caso de las costas del Próximo Oriente o del mar Mediterráneo. Eran enclaves portuarios en los que se comerciaba con casi todos los productos conocidos hasta ese momento: trigo, vino, aceite, especias, perfumes, esclavos… como veis muy completo.

Ya entonces, en el comercio marítimo existía un tipo de préstamo que funcionaba como un seguro para los mercaderes y que se conocía como “préstamo a la gruesa ventura”. Un prestamista les adelantaba un dinero, ya fuera para la carga o para afrontar posibles incidencias durante el trayecto. Al llegar a puerto con la mercancía el comerciante prestatario devolvía el dinero más los intereses pactados, que no eran pequeños y podían alcanzar el 30%. Si el barco se hundía con la carga durante el viaje por ejemplo a cauda de una tormenta, o si se perdía la carga por la acción de los piratas, no había que devolver el dinero. También Hegestrato había pedido un dinero prestado para fletar el barco. En cierta manera, suponía utilizar el barco y la mercancía como garantía del préstamo. Pero Hegestrato no era de fiar. Tres días después de partir, sobre el ruido del oleaje y aguzando el oído se podía escuchar otro ruido sordo que provenía de las entrañas del barco. Un tripulante, alarmado por los ruidos,  bajó a la bodega y descubrió a Hegestrato tratando de hacer una vía de agua para hundir el barco. Descubierto y para eludir la ira de la tripulación, saltó por la borda y se ahogó. Por su parte, cuando el barco llegó a Atenas después de atracar en un puerto intermedio para reparar los daños causados por Hegestrato, Zenotemis simuló no tener nada que ver con los planes de su amigo e incluso llegó a reclamar el cereal como suyo. Tras una batalla jurídica en la que intervino hasta Demóstenes, el prestamista recuperó su dinero más los intereses, aunque no sabemos lo que pasó con Zenotemis porque esa parte de la documentación no ha llegado hasta nuestros días.  La moraleja es que intentar engañar al seguro siempre es una mala idea.

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Written by Miguel Angel Rodríguez
He sido muchas cosas, ahora solo un ciudadano de a pie que expresa su opinión sobre los asuntos de su interés, que son variados. Si no os gusta lo que leéis podéis seguir circulando. Sin acritud. Per aspera ad astra.