El pasado jueves se inauguraba el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Un festival consolidado que va ya por 35 ediciones; En palabras de su directora es un festival que “viene cargado de un montón de anécdotas, de aciertos, de apuestas por mejorar, de intentos por llegar a un público diverso, de compromiso con los Clásicos y con la actualidad, de responsabilidad y de apuesta con la profesión teatral”.
Almagro es una ciudad acogedora. Una ciudad que abre sus brazos a cualquiera que quiera acercarse a disfrutar de una pasión y de un arte como es el teatro y que no pregunta por procedencias ni por ideologías, pero que reclama un respeto casi religioso a un hecho diferencial que la eleva por encima de otras poblaciones españolas. Ese hecho diferencial es su magnífico festival de teatro.
Por eso no se entienden actitudes hostiles de grupos alentados por el PSOE que intentaron, sin éxito, reventar la inauguración y puesta de largo del festival. Primó la sinrazón frente a la cultura, el grito frente a la palabra y la mirada torva frente a la dignidad de una presidenta de Castilla-La Mancha y de las autoridades que la acompañaban que quisieron apoyar con su presencia a una ciudad y a un alcalde que se merecen por derecho propio ser reconocidos como la capital mundial del teatro clásico.
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