Todos hemos sido niños y sabemos lo que es la fantasía y la imaginación. Por ley de vida llega la adolescencia y la edad adulta y todo se vuelve más prosaico, más racional y la fantasía va quedando postergada en favor del día a día y de la cruda realidad. Cuando de niños nos imaginamos mayores, soñamos que un día seremos policías, princesas, astronautas o súper héroes. Yo con ocho años, principios de los 80, quería ser “Superman” y gracias a Dios tuve unos padres que no me pusieron una capa ni me abrieron la puerta del balcón, porque aunque yo, en la inocencia de mis ocho años me viera con capacidad de volar, casi con toda seguridad me hubiera estrellado contra el suelo.
Esto no solo pasa en los niños, también hay adultos que se perciben como otra cosa. Es conocida la historia de Dennis Avner, quien sentía tanta admiración por los gatos que quería convertirse en uno de ellos. Se tatuó la cara, se hizo implantes faciales subdérmicos en las cejas y en la frente, se operó la nariz, aplanándola y dejó sus orejas en forma de punta mediante cirugía. Además se limó los dientes para tener colmillos. La transformación de Avner lo convirtió en una celebridad y empezó a ser conocido en el mundo entero como “catman” (hombre gato) o también como “Stalking cat” (felino cazador, como él prefería ser llamado debido a su ascendencia india). Él mismo explicaba que sus similitudes con los felinos no solo eran estéticas, sino que compartía con ellos otras características.
Tuvo fama temporal; viajó explicando su vida gatuna; muchos lo animaban y lo felicitaban por su valentía, por su coraje para lograr ser lo que quería ser, pero en el fondo él sabía que, aunque se percibiera gato, solo era un hombre al que nadie le dijo que se estaba equivocando. Avner fue encontrado muerto en su casa de Tonopah, Nevada, el 5 de noviembre de 2012. La causa del deceso no quedó clara, pero se presume que fue un suicidio. Tenía 54 años.
La moraleja de esta historia es que las cosas (y las personas) son lo que son, no como se las llama.
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