Durante las primeras horas y durante los primeros días de la tragedia que asoló Valencia, y en menor medida partes de Castilla-La Mancha y de Andalucía, la pregunta que muchos ciudadanos se hacían era ¿dónde están los militares?

La pregunta es fácil de responder: los militares estaban acuartelados esperando con impaciencia y cierta impotencia la orden de salir a ayudar, sobre todo los de las unidades más cercanas al epicentro de la tragedia (cinco mil efectivos solo en la provincia de Valencia a los que no se les permitió ayudar hasta varios días después). Esta demora en la participación efectiva de las Fuerzas Armadas en las labores de ayuda a la población ha provocado una situación inédita en España hasta la fecha: que los militares se hayan topado por primera vez con el descontento de la ciudadanía en una acción de emergencia. Cierto es que con el paso del tiempo la situación se fue revirtiendo, aunque episodios como el de la ministra de defensa, hasta ahora inmaculada, abroncando a ciudadanos llenos de barro y de desesperación, no ayudan a mejorar la imagen de la institución castrense ante los valencianos.

La gestión de Margarita Robles ha sido francamente mejorable. Sin entrar a valorar los motivos de esa tibieza inicial, la realidad es que la presencia del Ejército fue aumentando progresivamente, aunque los valencianos no percibieran esa presencia como suficiente. Y seguramente que no lo haya  sido ante la magnitud de lo acontecido. Enseguida se diferenció la gestión política del ministerio de Defensa de la labor de los militares a pie de barro, y mientras la ministra resultó abroncada, los soldados eran aplaudidos a su paso.

Tampoco ha ayudado a la coordinación que este despliegue no haya estado bajo el mando del Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), sino al mando de teniente general Jefe de la Unidad Militar de Emergencias, que ha asumido demasiado protagonismo a la hora de explicar el cómo y el por qué, cuando esas cuestiones deberían haber estado encomendadas a un cargo político del ministerio, con intervenciones que a veces rozaron el ámbito de lo político cuando un militar no debe inmiscuirse en esas cuestiones. Y escribo esto con cierta tristeza, porque me consta la categoría profesional y humana del teniente general Marcos, jefe de la UME. Y escribo esto con cierta tristeza, porque la institución de las Fuerzas Armadas está muy valorada en España y la política lo está cada vez menos. Baste señalar cómo en la encuesta sobre tendencias que el CIS elabora cada año, mientras se preguntó por las Fuerzas Armadas (actualmente no se pregunta ni por las Fuerzas Armadas ni por la monarquía), siempre obtuvo una alta valoración, mientras que los partidos políticos, los sindicatos y el Gobierno, son las instituciones que despiertan menos confianza en la ciudadanía.

Por eso me duele que nuestras Fuerzas Armadas pierdan aunque sea una brizna de su prestigio bien ganado. Porque nuestros ejércitos están formados por hombres y mujeres que lo dan todo a cambio de muy poco y no se merecen que la política enfangue su prestigio. No hay que olvidar que según un reciente trabajo publicado en junio de este año en la Revista Española de Sociología, titulado “La incorporación a la profesión militar: motivaciones e incentivos para la juventud”, la defensa de España, la valoración del Ejército o el interés por aspectos relacionados intrínsecamente con la profesión, son algunos de los principales motivos que llevan a la juventud española a alistarse en las Fuerzas Armadas. El trabajo ha sido realizado a partir de las doce encuestas sobre Defensa Nacional y Fuerzas Armadas realizadas para el Ejército por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CSIC) entre 1997 y 2017. Por eso tenemos que seguir perseverando como sociedad para que esas motivaciones tan elevadas se mantengan entre nuestra juventud, para que al margen de la política las Fuerzas Armadas sigan manteniendo el prestigio del que gozan entre los españoles.

 

 

Foto: Agencia EFE

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Written by Miguel Angel Rodríguez
He sido muchas cosas, ahora solo un ciudadano de a pie que expresa su opinión sobre los asuntos de su interés, que son variados. Si no os gusta lo que leéis podéis seguir circulando. Sin acritud. Per aspera ad astra.