La Estrategia de Seguridad Nacional es el marco de referencia para la política de Seguridad Nacional, una política de Estado que concibe la seguridad de forma amplia al servicio del ciudadano y del Estado. Se trata de un documento que por razones obvias se revisa cada poco tiempo y que cualquier miembro del Gobierno lo debería tener como libro de cabecera. La última versión del documento data de 2017. Pues bien, ese documento tiene un capítulo 4 que se titula: “Amenazas y desafíos para la Seguridad Nacional”. Comienza el capítulo explicando que la Seguridad Nacional se puede ver comprometida por elementos de muy diversa índole según su naturaleza geopolítica, tecnológica, económica o social, entre otras. No todas las amenazas comprometen la Seguridad Nacional, pero todas te hacen más vulnerable, más inestable e incluso pueden provocar nuevas amenazas o agravar las existentes. Porque todas las amenazas suelen estar interconectadas y sus efectos traspasan fronteras. Un conflicto armado es una amenaza; también lo es el crimen organizado; los flujos migratorios irregulares; el espionaje industrial; la vulnerabilidad del ciberespacio o de las infraestructuras críticas…se pueden identificar fácilmente muchas amenazas.
Pero el documento identificaba también un desafío que requería atención. Un desafío que los redactores del mismo no quisieron pasar por alto, advirtiendo así a las instituciones del Estado: las epidemias y pandemias. En este punto el documento se vuelve casi profético a la hora de analizar la pandemia que ahora nos asola y da unas recomendaciones para minimizar sus efectos caso de producirse. Alerta de que somos un país que recibe más de 75 millones de turistas al año, con puertos y aeropuertos que se cuentan entre los de mayor tráfico del mundo, un clima que favorece cada vez más la extensión de vectores de enfermedades, con una población envejecida y una situación geopolítica polarizada, no exenta de amenazas y desafíos asociadas a enfermedades infecciosas tanto naturales como intencionadas. Reducir la vulnerabilidad de la población a los riesgos infecciosos cuando es factible (por ejemplo, mediante la vacunación), la probabilidad de introducción de riesgos infecciosos (por ejemplo, mediante el control e inspección de mercancías en frontera), así como la probabilidad de transmisión interna de enfermedades (por ejemplo, mediante buenos programas de prevención y promoción de la salud o buenos sistemas de saneamiento) es fundamental para minimizar los riesgos y su posible impacto sobre la población. Los autores son conscientes de que esos riesgos no se pueden eliminar por completo. Por ello insisten en que es necesario reducir la vulnerabilidad de la población, desarrollar planes de preparación y respuesta ante amenazas y desafíos sanitarios, tanto genéricos como específicos, y sobre todo asegurar una buena coordinación de todas las administraciones implicadas tanto a nivel nacional como internacional. Pues este documento parece que no fue leído por nuestros gobernantes. Y es evidente que si se hubiera tenido en cuenta quizá ahora no estaríamos hablando del número de fallecidos que tenemos. La prevención siempre es la mejor herramienta, y a la vista del alto número de fallecidos – España está a la cabeza de muertes per cápita sobre el resto de países- considero que sería fundamental que este Gobierno respondiese a dos preguntas al menos: ¿qué hizo para prevenir los contagios? Y sobre todo ¿Cuándo lo hizo?
Ahora lo que nos queda es tomar medidas para conseguir que se reduzcan los contagios y las muertes, pero también toca pensar en el día después. Pensar en cómo saldremos de ésta, sobre todo cuando miles de españoles están sufriendo ya las consecuencias económicas de esta pandemia. En este punto introduzco dos conceptos que Andrés Ortega, analista del Real Instituto Elcano, pone sobre la mesa en un reciente artículo publicado por ese centro de pensamiento estratégico. Ortega se refiere a la histéresis y a la antifragilidad (concepto que él mismo toma de Nassim Taleb). La histéresis es la tendencia de un material a conservar una de sus propiedades en ausencia del estímulo que las ha generado. Si hablamos de esta pandemia, se trataría de saber si quedarán efectos permanentes de la crisis una vez que se superen las causas que la originaron. Y la antifragilidad, que es la propiedad de los sistemas para incrementar sus capacidades tras haber experimentado un shock. Es decir, si tras esta crisis del Coronavirus seremos capaces no ya de resistir y de conservar, sino de mejorar. Considero que todos debemos trabajar para eliminar la histéresis, que no queden efectos negativos permanentes, y a favor de la antifragilidad: que salgamos de ésta siendo una sociedad mejor. Para eso todos tenemos que arrimar el hombro, que no es lo mismo que decir amén a todo lo que haga el Gobierno.
Ahora el futuro no sólo es incierto, como sucedía hasta ahora, sino que se abre una etapa completamente desconocida con enormes nubarrones en el horizonte, tanto internamente como en el plano internacional. Es ahora cuando los políticos tienen que demostrar su talla, porque la historia nos enseña que cuando los pueblos sufren graves perturbaciones sociales, se ponen a prueba las actitudes, los valores y las propias instituciones que sustentan la convivencia. Por eso no se puede permitir que la desestabilización venga del propio Gobierno, con un vicepresidente que se permite cuestionar a la Jefatura del Estado o al Poder Judicial en plena pandemia, porque estas actitudes pueden tener graves consecuencias.
Esta crisis debe suponer un punto de inflexión y no sólo una alerta. Es preciso que, cuanto antes, tomemos conciencia de todos los aspectos de la misma y es urgente que nos enfrentemos a ellos con valor, inteligencia y sin nostalgias de mundos perdidos ni utopías irrealizables, sino con un planteamiento serio de una realidad que nos concierne a todos y más aún a las generaciones que vienen detrás de nosotros con las que tenemos una obligación que no podemos eludir. Una obligación aún mayor en quienes tenemos algún papel en la tribuna política, aunque evidentemente no pueda tener la misma responsabilidad el que gobierna que el que está en la oposición. En cualquier caso considero que debemos huir del escenario de “sálvese quien pueda” y avanzar hacia un escenario de “inteligencia colectiva internacional” también esbozado por Ortega. Un escenario que prime la colaboración internacional público-privada en la lucha contra el virus (medios sanitarios, apps, tratamientos y vacuna) y en la salida de la crisis económica. Que se coordinen estímulos económicos y ayudas directas a los Estados por parte de las instituciones europeas y que haya líneas de ayudas reales en España para los que peor lo están pasando. Para parados y para autónomos y pymes. Los ciudadanos deben recuperar la confianza en sus Gobiernos, ahora muy deteriorada, pero para eso los Gobiernos no pueden ser soberbios y deben reconocer los errores y pedir perdón por los fallos que se han cometido y que han costado miles de vidas. En momentos graves es cuando se mide a un político, pero también a una sociedad.
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