Cuando hacemos profesión de fe recitando el Credo, decimos que creemos en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. A esos rasgos esenciales de nuestra Iglesia yo me atrevería a añadir uno más, el de “perseguida”. La persecución de la Iglesia ha existido desde el principio y seguramente todos tenemos en la mente episodios de persecución más modernos y más sutiles que los de Diocleciano. En la actualidad no se puede hablar de persecución porque nuestra Constitución garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos. Aún así, existen ciertas actitudes en contra de la Iglesia católica por parte de algunos que no se dan hacia otras confesiones. O al menos así me lo parece a mí desde mi modesta opinión. Modesta pero tan válida como otra cualquiera. Viene esto a cuento porque desde hace alrededor de un año han arreciado las presiones para expropiar la catedral de Córdoba a la Iglesia Católica, legítima propietaria del inmueble desde hace la friolera de 775 años. La presión viene desde medios de comunicación afines a la ultraizquierda, pasando por medios afines al islamismo y existe presión incluso en los parlamentos regional y nacional, a través de iniciativas de miembros comunistas de Izquierda Unida. Podría dar razones históricas, jurídicas y culturales que demostrarían esa propiedad de la Iglesia pero, ¿para qué? Los católicos no las necesitamos y los expropiadores no las quieren escuchar. En cualquier caso ya las dejé escritas en un artículo anterior de abril de 2014.
El nuevo giro de tuerca en la situación se ha producido hace escasos días con la aparición en escena de los llamados “cristianos de base”. Unos cristianos sui generis que originariamente encarnaban el espíritu de la teología de la liberación y que piden lo mismo que los comunistas y que la Junta Islámica de España, la expropiación de la Mezquita-Catedral. Siempre se ha dicho que no hay peor cuña que la de la misma madera y en este caso el refrán lo hacen bueno estos llamados, insisto, “cristianos de base”. Uno de sus portavoces, un tal Miguel Santiago, ha dicho textualmente: “Como cristiano me provoca indignación que el Obispado quiera apropiarse sin el más mínimo pudor de un edificio Patrimonio de la Humanidad”. Además, señala: “que la inmatriculación que de la Mezquita-Catedral hizo la Iglesia en 2006 para apropiarse de ella por 30 euros es un acto que está fuera de todo lo que la comunidad cristiana debe ejercer. Me sentí robado, porque es un patrimonio de toda la gente, de toda la humanidad”. La sorpresa que produce su petición es menor si buceamos un poco en su labor a favor de la Iglesia de Cristo, dicho esto con toda la ironía del mundo. Así, por ejemplo, en diciembre de 2012, el colectivo de Cristianos de Base de Madrid dirigió una carta al presidente del Gobierno Mariano Rajoy, planteando la urgente necesidad de que el Gobierno denunciase los acuerdos firmados por el Estado español con la Santa Sede en 1976 y 1979 porque consideraban que “tales acuerdos consagran para la Iglesia Católica numerosos privilegios, lesionan seriamente los derechos de muchos españoles que tienen otras creencias u otras convicciones filosóficas, y lastran de forma grave el genuino sentido del cristianismo, a causa del contradictorio proceder de la Iglesia Católica, motivo de escándalo para muchos”. Pero es que más recientemente estos mismos cristianos de base, capitaneaban una campaña para que los contribuyentes no marcásemos la casilla de la Iglesia en nuestra declaración del IRPF. Con el lema «por una Iglesia pobre, libre y solidaria», defendían que no tiene sentido restar dinero de la bolsa común para destinarlo a las arcas de la autoridad eclesiástica. No han aclarado si también están a favor del culto compartido en la Mezquita-Catedral, como pide la Junta Islámica de España. Sería muy deseable que lo hicieran. No sé por qué, toda esta historia me ha recordado muchísimo a la del famoso caballo de Troya. Se dejaron embaucar y al final al gran Eneas sólo le quedó la opción de quejarse del rigor de los hados, mientras se alejaba llorando de las riberas de Troya.
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