El pasado 14 de abril se cumplían 90 años desde que se proclamó la II República en España, allá por 1931 del pasado siglo. Una República que salió de unas elecciones municipales en las que no se dilucidaba la forma política del Estado, pero que los que estaban ávidos de derribar a Alfonso XIII lo tomaron como un plebiscito a favor del cambio de régimen. Más allá de si la Monarquía estaba devaluada o no, tras los desastres bélicos en África y tras la Dictadura de Primo de Rivera, lo cierto y verdad es que ese día no se votaba entre Monarquía o República.
Esa República pronto defraudó a muchos de sus partidarios. Julio Camba en su libro “Haciendo de República” arremete contra esos republicanos que lo único que querían era un cargo en el Gobierno y cambiar el nombre a las calles. Algo parecido a los izquierdistas de salón de hoy. Cuenta Camba que se encontraba en Villagarcía de Arosa esperando el tren de Santiago para ir a Madrid y el tren llegaba con mucho retraso. Al fin apareció el tren a lo lejos y dice que la máquina viejísima “resoplaba, jadeaba, suspiraba… y por fin, en un esfuerzo supremo, el tren logró dominar la cuesta, y al poco rato aparecía en el andén” Ya en la estación un señor empezó a despotricar diciendo “¿habráse visto un escándalo semejante! ¿Cómo hay todavía autoridades que toleren esa máquina? Tiene usted razón, le dijo otro, esa máquina ya no está para nada – No, si yo no me refiero a la máquina precisamente – repuso el señor con grandes voces, – la máquina es lo de menos. Lo que me parece intolerable es que se siga llamando Alfonso XIII. Llevamos ya dos meses de República, y aún no le han cambiado el nombre. Es un verdadero escarnio.” Camba quedó estupefacto y fue durante todo el trayecto pensando en la extraña psicología de ese hombre, buen republicano, que no sentía el menor deseo de sustituir las pésimas máquinas por otras mejores, pero que quería a toda costa ponerle nombres nuevos. Y llega a la conclusión de que eran legión los republicanos que, habiéndose creído durante la Monarquía partidarios de un cambio de régimen, no fueron nunca, en rigor, más que partidarios de un cambio del nombre del régimen. Algo así pasa ahora con los republicanos de nuevo cuño.
Más preocupante es la actitud del presidente del Gobierno que, ante su ineptitud manifiesta para solucionar los problemas de España, lanza cortinas de humo hablando de la República y de Franco como si eso fuera lo que necesitan los españoles para salir de la crisis. Una crisis en buena medida provocada por él mismo y por sus medidas. Sánchez es tan aficionado al periodo histórico de la Guerra Civil que ha conseguido llevar la Deuda Pública del Estado a niveles que no se veían desde ese conflicto fratricida. El día 14 en el Congreso, supongo que para desviar la atención, quiso acordarse del cumpleaños de esa “República luminosa” que tanto añora. Una República que fue la antesala de la Guerra Civil por los desmanes que los propios republicanos provocaron y que consiguieron que lo positivo que pudiera traer fuera mucho menos que lo negativo. Desde el punto de vista histórico, que un presidente del Gobierno recuerde en el Congreso en 2021 la proclamación de la República en 1931, para mí tiene el mismo valor que si recuerda el 182 aniversario del “Abrazo de Vergara”, que acabó con la Primera Guerra Carlista.
Por eso es conveniente que los que creemos en nuestros símbolos y en nuestras instituciones defendamos la institución monárquica frente a los ataques del propio Gobierno. También tenemos que defenderla frente a los timoratos que, para quedar bien con la izquierda, propugnan la falacia de que en la práctica vivimos en un régimen republicano, porque el Rey reina pero no gobierna. Efectivamente el Rey reina pero no gobierna, pero es Rey y España es una Monarquía porque así lo dice la Constitución.
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