La historia de los servicios secretos, o lo que la mayoría de los mortales entiende como “espionaje”, es tan antigua como la propia Historia. Desde siempre las organizaciones y los Estados han tenido la necesidad de manejar información para comprender y conocer al enemigo y, llegado el momento, vencerlo. En España nuestro actual servicio secreto es el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), creado como tal en mayo de 2002, por lo que en estas fechas cumple 20 años.
Como bien explica la propia página web del CNI, al igual que cualquier organismo del Estado el Centro se encuentra sometido a controles políticos y económico-administrativos. El primero lo ejercen el Gobierno, a través de la Comisión Delegada para Asuntos de Inteligencia, y el Congreso de los Diputados, en el marco de la Comisión de Control de los Créditos Destinados a Gastos Reservados; el segundo lo llevan a cabo la Intervención General del Estado, el Tribunal de Cuentas y, nuevamente, el Congreso. A estos controles se suma el judicial, clave para el funcionamiento del Centro y excepcional dentro de la Administración. La existencia de la Ley Orgánica Reguladora del Control Judicial Previo del CNI y su estricta aplicación hacen difícil encontrar un sistema que ofrezca más garantías a los ciudadanos de que ninguna de las actividades que realiza su Servicio de Inteligencia se ejecuta al margen de la legalidad.
Pese a todo lo anterior en estos días el Gobierno, partidos que están en el Gobierno y otros partidos que lo sustentan parlamentariamente, están atacando al CNI y poniéndolo en la diana política. Lo que estamos viviendo es de una gravedad extrema, porque socava los cimientos del propio Estado. Las formaciones de izquierda y las independentistas están empeñadas en liquidar al CNI porque saben que si se cobran esa pieza hacen un daño terrible a España. Dejar caer la sospecha de que el CNI espía sin control a ciudadanos de una democracia consolidada como la española con no sé qué intereses, es muy grave. Y lo es mucho más si esas sospechas se aventan desde el propio Gobierno, que debería defender al CNI y a sus componentes con uñas y dientes. Con razón y sin ella, como una madre defiende a sus hijos, aunque luego en privado les regañe. El Gobierno de Sánchez está haciendo un daño quizá irreparable a la imagen interior y exterior del Centro a pocos meses de la Cumbre de la OTAN que se celebrará en nuestro país, y somos muchos los que ya pensamos que esta izquierda sería capaz de cualquier cosa por mantenerse en el poder.
No quiero terminar sin felicitar al CNI por estos 20 años de trabajo y de sacrificio. Mi recuerdo y gratitud permanente para los agentes que, siendo fieles al juramento que empeñaron, han dado su vida por España.
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