Salvando las distancias y releyendo la historia sin apasionamiento y sin interpretaciones sesgadas, se podrían evitar dolorosas repeticiones. Tras un acontecimiento relevante y dramático del pasado se pueden esconder muchas claves de situaciones actuales, sin duda ya reveladas por autores más prestigiosos que yo, aunque no me resisto a señalar ciertos paralelismos y dar mi opinión.
Así, tras la pérdida de las últimas colonias de ultramar en 1898, sobrevino en España una crisis moral, política y social que trajo funestas consecuencias. Cuando un país se debilita, los enemigos de fuera y los de dentro aprovechan para dar la dentellada. En relación a Cataluña, en España ya existían tensiones desde muchos años atrás. Desde la época de la Restauración, los independentistas se remontan mucho más atrás, se fue gestando un movimiento catalanista que en principio no fue secesionista, pero esas tensiones se acrecentaron por una serie de circunstancias que llegaron a su cénit con la pérdida de las colonias y la debilidad extrema de España. Este hecho, que marcó a toda una generación, llevó al por entonces presidente del Consejo de Ministros Práxedes Mateo Sagasta, a pronunciar durante el verano de 1901 un famoso parlamento que recoge así el Diario de Sesiones de la Cámara: “¿Quién duda que Cataluña se ha hecho rica por España y con España? ¿Quién duda que para hacerse rica, ha habido necesidad de concederla (sic) en las leyes ciertos privilegios, que le han dado ventajas sobre sus hermanas, las demás provincias de España? (…) ¿Quién duda que quizá el malestar de nuestras perdidas Antillas haya sido debido a la preferencia que daba España a Cataluña? ¿Es esto hostilidad a Cataluña? ¡Ah, no! Ésta es la realidad de los hechos y ésta es la demostración de que Cataluña no haría bien si no estuviera ligada a España como está ligado el hijo querido a la madre amantísima y cariñosa. (Grandes aplausos).”
Aun así, durante el primer tercio del siglo XX las tensiones no hicieron sino aumentar. Huelgas, trifulcas, proclamación en 1931 de la república catalana como Estado integrante de la llamada “Federación Ibérica…”, golpe de Estado contra la República en 1934…en definitiva, tensión, caos y muerte. Y no hubo nadie que pusiera cordura frente a una clase política, la catalana, fanatizada. Ahora que han pasado más de cien años de todo aquello seguimos en las mismas. Con un Estado débil fruto de una gran crisis de valores y con un Gobierno en funciones dirigido por una persona sin ningún tipo de escrúpulo moral como es Pedro Sánchez, los enemigos de España hacen su agosto. Ahora en pleno siglo XXI vuelve a resurgir el fanatismo convenientemente atizado por políticos indeseables. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, se define como fanática aquella persona que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas. Esa tenacidad desmedida está consiguiendo un país fanatizado en términos políticos, asentado sobre la discordia, reacio a la construcción del bien común y caldo de cultivo de ideologías extremas de derecha y de izquierda. En el mundo mental del fanático, una o varias creencias adquieren una importancia tan vital que le lleva a la intolerancia sistemática de toda idea o comportamiento discrepante. Y por supuesto quiere llevarla a cabo destruyendo cualquier obstáculo que se le interponga convirtiéndose en un “iluminado” violento. Ejemplos de esto vemos casi todos los días, mientras los catalanes que quieren seguir siendo españoles se ven marginados y perseguidos.
El pulso al Estado se ha redoblado y Pedro Sánchez no solo no es capaz de pararlo, sino que alimenta ese monstruo de intolerancia y radicalidad que es el independentismo, porque quiere ser presidente a costa de lo que sea. Y lo que sea es España. Y lo que sea es el control de instituciones como la Abogacía del Estado. Ya decía Montesquieu, tan maltratado, que “no existe tiranía peor que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencia de justicia”. En el ámbito de las relaciones internacionales ya se conoce desde hace tiempo el término lawfare (guerra jurídica) como el empleo de la ley como arma bélica. En definitiva se trata de usar la ley de manera que se adecúe a los propios intereses. La ofensiva jurídica del independentismo ha sido un éxito gracias a las concesiones del Gobierno de España, que tampoco ha tenido pudor en usar a la Abogacía del Estado en su propio interés partidista.
Pero para que todo cuadre y de forma paralela, Pedro Sánchez ha tenido que ir fanatizando a sus propias bases, que ven lógico y normal que se pacte con quien sea a costa de conseguir el Gobierno, como si fuese un botín presto para el reparto. Unos pactos de los que no conocemos las clausulas, pese a que sus consecuencias nos afectarán a todos. Que poco hemos aprendido de nuestros errores. También los hoy vecinos amigables se aprestan para meter la cuchara en este río revuelto que es España gracias a Sánchez. A modo de sonda, el ministro de Exteriores de Marruecos ya ha dicho en varias ocasiones que el reino alauí “está en su derecho soberano” de ampliar su frontera marítima hasta Canarias. Es decir, de delimitar las aguas que rodean las Islas Canarias como aguas pertenecientes al país africano. Pronto nos pedirán “diálogo” sobre la cuestión, del mismo modo que el delincuente Junqueras pide “diálogo” sobre Cataluña. No es cuestión de ser pesimista, pero a la vista de lo que nos espera yo pregunto: ¿es que no queda un socialista decente en toda España? ¿Es que nadie dentro de su partido será capaz de pararle los pies a este iluminado? ¿Dónde está ese García Page que se da golpes de pecho? Nunca Sánchez pudo llegar a más ni España a menos. Estamos asistiendo a la crisis del 98 de nuestra generación. Ojalá en este caso impere la cordura y las consecuencias no sean tan dramáticas.
*Artículo publicado originariamente en la web www.abiertopp.es el 30/12/2019 y posteriormente en la edición impresa de La Tribuna de Ciudad Real el jueves 02/01/2020
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