«Procede iniciar el programa de incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas, regulando sin demora su acceso a determinados Cuerpos y Escalas militares». Así rezaba el real decreto de 22 de febrero de 1988 que daba el primer paso para la incorporación, en ese momento parcial, de la mujer a las Fuerzas Armadas. Treinta y un años desde que un reducido grupo de 26 mujeres diera el paso de ingresar en las academias militares de entonces. Ellas abrieron el camino hacia la paulatina normalización de la mujer en el Ejército. Una normalización que llegó en 1999 cuando el entonces ministro de Defensa del primer gobierno de José María Aznar, Eduardo Serra, decidió apostar de forma definitiva por el modelo de Ejército profesional, regulando el principio de igualdad real entre hombres y mujeres en el seno de las Fuerzas Armadas.
Hoy en día las nuevas generaciones ven con absoluta normalidad el hecho de que una mujer vista el uniforme militar. La integración de la mujer en las Fuerzas Armadas es una realidad, aunque el número de efectivos sea sensiblemente inferior al de los hombres si bien en una proporción similar a la que presentan el resto de países de la OTAN. Según el Observatorio Militar para la Igualdad del Ministerio de Defensa, en diciembre de 2018 siete mujeres ostentaban el empleo de coronel en nuestras Fuerzas Armadas, todas ellas de los llamados “cuerpos comunes” de Intervención, Jurídico Militar y Sanidad, o del Cuerpo de Ingenieros Politécnicos entre los que se encontraba la ya general de brigada Patricia Ortega. Dentro de esa normalidad se debe entender que una coronel ascienda a general, aunque por mucha normalidad que se le quiera dar el hecho es noticiable y digno de reseñar. Y más cuando desde el actual Gobierno ministras como Carmen Calvo están abusando de conceptos como feminismo, encuadrándolo en la ideología de izquierda, o cuando en la prensa para referirse a este ascenso se habla de “techos de cristal” y otras terminologías que en el seno del Ejército no proceden. Las redes sociales, que son un vertedero, han jugado su papel intentado enturbiar el ascenso, pero lo cierto y verdad es que no existe ningún elemento de juicio para sospechar siquiera que no se ha seguido el riguroso procedimiento de evaluación y ascenso; lo que pasa es que se ha reglado tanto el ascenso a coronel y a general que cuando se aplica alguna flexibilidad todo son sospechas. Todo el mundo es consciente de que si el ascenso se hubiera producido por ser mujer sería muy mala noticia para el Ejército y para la propia Patricia Ortega, quizá por eso en el acto de imposición de la faja roja de general el Jefe del Estado Mayor del Ejército, Varela, dejó claro que este ascenso se debe a “haber acumulado los méritos y la capacidad necesarios, y no a un cupo de género”. El pasado día 16 de julio se le impuso la faja roja de general, el principal atributo de su cargo, que ha llegado casi sin variaciones hasta nuestros días desde que en 1815 se reguló su forma y su uso para los oficiales generales. Esperemos que este hecho deje de ser noticiable y más pronto que tarde, atendiendo a los principios de mérito y capacidad, veamos a muchas más mujeres luciendo la faja roja de general de la misma manera que asumimos con normalidad que la directora del Centro Nacional de Inteligencia sea una mujer o que por primera vez en la historia una mujer, la alemana Von der Leyen, presida la Comisión Europea y en su primer discurso haya prometido una Europa más verde y feminista. Yo desde luego me pongo a sus órdenes.
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