Este sábado acudí a Almadén para dar el último adiós a un amigo y compañero que nos ha dejado demasiado pronto. En la iglesia parroquial, en un lateral junto a la puerta, una fotografía de un jovencísimo sacerdote llamó mi atención. Un joven de mirada limpia y serena, con una placa más abajo en la que se podía leer su nombre y el periodo en el que ejerció de coadjutor de la parroquia minera. Un periodo que abarca desde febrero de 1934 hasta su muerte en 1936 “dando testimonio de su fe”, según reza la placa. Nada más se dice de las causas, solo que murió dando testimonio de su fe, por lo que si unimos este hecho a la fecha del deceso, se puede colegir fácilmente que fue asesinado por los elementos de izquierdas del municipio, en cualquiera de sus variantes. Siempre me ha sorprendido la voluntad de la Iglesia Católica de honrar a sus muertos sin alharacas, sin levantar polémicas innecesarias y sin mentar, como es el caso, ni la causa de la muerte ni a los que la ocasionaron. No menciona a los asesinos, a los que Ángel perdonó, tampoco a los que con sus proclamas y discursos los envalentonaron.
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