El filósofo izquierdista Augusto Klappenbach, escribía hace un par de meses sobre los sentimientos y la razón. Decía que “los sentimientos son personales, indiscutibles y absolutos: nadie puede convencer a otro de que su sentimiento no existe, y por lo tanto el debate sobre ellos es imposible. La razón, por el contrario, es la facultad de lo universal de la que participa cualquiera sin necesidad de especiales revelaciones”. Pese a ello, siempre he dicho y lo mantengo, que la izquierda es experta en hacer política con los sentimientos, sin ningún tipo de vergüenza ni de pudor. No se trata de empatizar, sino de manipular sentimientos. Ya hace más de un año que en España sufrimos tangencialmente la crisis del ébola. Se trajo a España a un misionero enfermo para que pudiese morir dignamente en su país, como postrer agradecimiento a una vida dedicada a los demás, y eso supuso que una auxiliar de enfermería se contagiase (hay muchas dudas sobre el cómo), pasando a ser el primer caso de contagio en Europa. ¿Recuerdan ustedes la reacción de la izquierda? Fue una reacción miserable. Parecía como si la infectada lo hubiese sido por la mano de la propia ministra, que le inoculó el virus. Las llamadas “mareas blancas” (que se deberían llamar rojas), los sindicatos, y parte de la prensa, pedían la dimisión de la ministra anteponiendo los sentimientos a la razón, jugando con los primeros y obviando lo segundo.
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