Cuando hacemos profesión de fe recitando el Credo, decimos que creemos en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. A esos rasgos esenciales de nuestra Iglesia yo me atrevería a añadir uno más, el de “perseguida”. La persecución de la Iglesia ha existido desde el principio y seguramente todos tenemos en la mente episodios de persecución más modernos y más sutiles que los de Diocleciano. En la actualidad no se puede hablar de persecución porque nuestra Constitución garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos. Aún así, existen ciertas actitudes en contra de la Iglesia católica por parte de algunos que no se dan hacia otras confesiones. O al menos así me lo parece a mí desde mi modesta opinión. Modesta pero tan válida como otra cualquiera. Viene esto a cuento porque desde hace alrededor de un año han arreciado las presiones para expropiar la catedral de Córdoba a la Iglesia Católica, legítima propietaria del inmueble desde hace la friolera de 775 años. La presión viene desde medios de comunicación afines a la ultraizquierda, pasando por medios afines al islamismo y existe presión incluso en los parlamentos regional y nacional, a través de iniciativas de miembros comunistas de Izquierda Unida. Podría dar razones históricas, jurídicas y culturales que demostrarían esa propiedad de la Iglesia pero, ¿para qué? Los católicos no las necesitamos y los expropiadores no las quieren escuchar. En cualquier caso ya las dejé escritas en un artículo anterior de abril de 2014.
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