Cuando estamos a punto de despedir 2014, es buen momento para echar la vista atrás brevemente y recordar lo que ha sido el año político. Un año que ha supuesto la antesala de una recuperación económica deseada, con unos indicadores cada vez más evidentes y esperanzadores. Sucede que, por desgracia, en España acapara más titulares el que hace ruido y el que hace la propuesta más populista e inverosímil, que el que se dedica a trabajar en pos de un objetivo marcado a principio de legislatura como a fuego, que no es otro que la salida de la crisis y la generación de empleo. En España seguimos presos de ese conocido como “síndrome del foso de la orquesta”. Un síndrome que se explica con una escena muy gráfica: Un político sube a un escenario. Desglosa de manera brillante y efectiva un programa de gobierno completo y necesario. Añade ejemplos emotivos, arranca el aplauso del público varias veces y cuando ha terminado se baja entre exclamaciones de satisfacción del respetable. Sale después un segundo político. En el tramo de escaleras que lo separa del atril, tropieza y cae al foso de la orquesta. ¿Cuál de los dos saldrá en las portadas y acaparará los titulares de la mañana siguiente? Pues algo así pasa en España.
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