Tengo que reconocer que apremiado por la inmediatez jamás pensé en el día después de las elecciones europeas recientemente celebradas. Me aprestaba a los mítines y visitas a juntas locales y municipios con la disciplina debida en estos casos y con una moral de victoria intacta desde el inicio de la campaña y aún desde antes. Tenía la certeza de que el Partido Popular ganaría las elecciones, porque presentamos al mejor candidato con el mejor programa y avalado por su magnífica actuación al frente del ministerio de Agricultura. Por ello no pensé en el día después. No pensé en que estas elecciones serían la puntilla definitiva de un partido socialista con líderes regionales ávidos de ultimar a su secretario general. El otrora todopoderoso Rubalcaba subía esa noche las escalinatas del poder socialista por última vez. Con el puñal torpemente disimulado (permítaseme la licencia poética), le esperaban sus hijos para apuñalarlo cual César venido a menos. Ahora aclaman a la lideresa surgida de la Bética como si fuese su gran esperanza blanca. En Castilla-La Mancha el secretario general del PSOE, Emiliano García-Page, triplemente perdedor de las elecciones (en su región, en su provincia y en su ciudad) juega a la ambigüedad aunque lanza a sus peones a apoyar a ese valor en alza del socialismo andaluz. Dentro de su esquizofrenia habitual (o mejor, doble rasero), manifiestan que sería compatible ser la presidenta de Andalucía y secretaria general del PSOE, olvidando que aquí en Castilla-La Mancha critican un día sí y otro también que Cospedal sea presidenta de la región y Secretaria General del PP. Y critican este hecho porque está demostrado que está siendo muy positivo para la región y por eso precisamente les molesta.
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