Con los ecos de la tragedia de Santiago de Compostela aún frescos en nuestra memoria, encaramos el último domingo de julio para adentrarnos en pocos días en el mes veraniego por excelencia. Por desgracia, este mes de agosto será terrible para todos los que han perdido algún familiar en el fatal accidente ferroviario, pero la vida sigue su curso inexorable, como ha hecho siempre desde el inicio de los tiempos. A los que hemos sido meros espectadores de la tragedia sólo nos queda rezar y solidarizarnos con las víctimas y sus familiares.
De este tipo de catástrofes todos tenemos que sacar consecuencias. Más allá de las causas, que se investigarán, o de las responsabilidades, que se depurarán, me quedo con la reacción espontánea de cientos de personas que, alertados por las autoridades o las redes sociales, acudieron a prestar la ayuda que podían. Gran lección la de las redes sociales, principalmente twitter, cuando se usan para un fin noble como es el de prestar ayuda a los demás sirviendo de altavoz. También fundamental la labor de las radios que se convirtieron una vez más en las mejores aliadas del servicio público por delante de otros medios que, en la mayoría de los casos, no estuvieron a la altura. Las ciudadanos anónimos que ayudaron desde el primer momento a sacar heridos, los que acudieron en masa a donar sangre a los hospitales, los bomberos que aparcaron sus legítimas reivindicaciones laborales, los policías, guardias civiles y sanitarios que siguieron trabajando más allá de su horario sin reparar en turnos o jornadas, o los que estando de permiso o de vacaciones se personaron en sus lugares de trabajo para echar una mano. Esa es la España grande y ejemplar que se hace más grande ante las tragedias. Esa marea de solidaridad es la verdadera “Marca España”, que surge ante situaciones límite como la vivida en Santiago.
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