En una reciente comparecencia ante los medios de comunicación un periodista me preguntó qué me parecía la técnica utilizada por los colectivos antidesahucio para “convencer” a los dirigentes de mi partido. Yo tengo por costumbre contestar lo que pienso pero siempre de forma respetuosa y sin faltar. Lo que dije es que esas técnicas me recordaban peligrosamente a otras utilizadas en el pasado por el Estado nacionalsocialista e incluso de forma más reciente en el País Vasco por los violentos y que pretendían influir en la actividad legislativa de los parlamentarios a través de la coacción. Yo sabía que lo que dije no iba a gustar a los practicantes de esa modalidad de acoso, pero es que partimos de la base de que diga lo que diga no les va a gustar. Inmediatamente se suscitaron una serie de reacciones en redes sociales y en prensa tradicional contra mi persona por el mero hecho de haber manifestado una opinión que no les gustó. Se sintieron muy ofendidos los mismos que apenas cuarenta y ocho horas antes me dedicaron toda suerte de insultos e improperios cuando salía del acto que el Partido Popular celebró en Ciudad Real con la asistencia de la ministra Báñez y la presidenta de Castilla-La Mancha. Nunca he llevado bien lo de la ley del embudo y me parece que para hacerse respetar no deberían insultar tan gravemente a personas a las que ni siquiera conocen sólo por el hecho de militar en un partido político que, dicho sea de paso, ha sido votado por once millones de españoles. En cualquier caso les he hecho llegar a través del periodista que hizo la pregunta mi total disposición al dialogo sereno con ellos desde el respeto mutuo.
Pero lo más curioso del caso es que dos colaboradores habituales del periódico digital “miciudadreal”, me hacen también blanco de sus críticas por el mero hecho de pensar distinto a ellos y atreverme a exponer mi opinión. Son críticas desaforadas que destilan algún tipo de odio atávico hacia cualquier cosa que huela a PP y al ser protagonista de los escritos de tan eximios colaboradores, tan llenos de exabruptos hacia mi persona, no cesaba de preguntarme al igual que Virgilio aquello de “¡tan grandes iras caben en los celestes pechos!”.
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